El amor y la sexualidad

La sexualidad y el enamoramiento suceden en planos diferentes de la personalidad que no dependen uno de otro, sino que conviven en la conciencia de cada individuo. Cuan­do las teorías psicológicas o creencias religiosas pretenden explicar estas cuestiones, desde cierta unidad doctrinaria, ideológica o en torno a una teoría, lo que hacen sus repre­sentantes es usar los hechos que observan para corroborar la postura de la que parten.

El enamoramiento no responde a una idea ni a una demostración teórica, porque es una ob­servación que se puede mostrar a través de la literatura. El enamoramiento no es la sublimación de la sexualidad insa­tisfecha o frustrada ni la sexualidad es una compulsión ante le pérdida de elementos imaginarios.

Lo que explica la existencia de cada persona es cómo se sitúa ante el mundo y el enamoramiento es una situación en la que se coloca la mente, desde la que se observa la realidad y en parte se construye. Desde el enamoramiento no se bus­ca el placer sensual, lo que no quiere decir que el enamorado no lo viva, en otra faceta de su vida mediante una relación con alguien. Sucede de manera separada al enamoramiento. Puede ser que éste aparezca con tal intensidad que despla­ce todas las demás facetas, pero es una manera extrema de vivirlo, no es el enamoramiento como tal, o solamente en sus comienzos.

La satisfacción del deseo sexual nunca es eterno, sino transitorio y puede tener diversos focos que lo estimulen. Las relaciones personales resuelven el problema humano de la comunicación, la satisfacción de los instin­tos, la convivencia. El enamoramiento provoca inquietud y es una fuente de problemas, una manera de complicarse la vida, en esa tarea de «más vivir» que ya hemos tratado. La gratificación se encuentra en la propia vivencia, en el esfuer­zo en sí, no en sus consecuencias, siempre insatisfechas, con la plenitud de sentirse enamorado.

Lo efímero no sirve para el enamoramiento, son pa­rámetros opuestos. Ella no despierta el deseo sexual, sino todo lo contrario. Existe un respeto a su imagen, que no se toca ni en sueños. El enamorado puede regodearse en la tentación, que se vive de una manera profana, no religiosa, aunque se han trasladado reflexiones teológicas a este terre­no en muchas ocasiones convirtiendo el enamoramiento en una tendencia metafísica, lo que deforma su ser y hace que quede ocultado. En el enamoramiento la atracción está en lo abstracto, lo cual abre una percepción de la mente que permite pensar con mayor amplitud. Para vivir este esta­do muchos enamorados pasan a una experiencia espiritual. 

La fe del enamorado es creadora, al mismo tiempo que es­céptica con lo que queda fuera de su visión, pero es capaz de construir otra realidad, lo que ha influido mucho en la elaboración de teorías religiosas a lo largo de los siglos. La mayoría de los místicos han sido grandes enamorados.


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